Cosas de Indochina que te animarán a hacer la maleta

Cada vez está más de moda ir a Vietnam y, de paso, visitar Camboya y Laos. Indochina tiene una magia especial que llama a muchos viajeros y les invita a realizar una escapada más larga de lo habitual. Pero, ¿qué podemos aprender de este destino tan polivalente? Os apuntamos algunas de las cosas que más nos sorprenden, nos hacen reflexionar y nos enamoran de la península asiática.

Todo se consigue más rápido con una sonrisa.


Esta es una de las claves para entender países como Vietnam, Camboya y Laos. No conseguirás nada subiendo la voz, y mucho menos enfadándote con ellos. Pero si les sonríes y les pides las cosas con cortesía te abrirán hasta las puertas de sus casas. Vale la pena intentarlo.

Hay un lema básico para comprar.


Y no es otro que el ‘Same, same, but different’ (‘igual, igual, pero distinto’), que hace referencia a las copias de todo tipo de objetos, desde cuadros de Andy Warhol hasta zapatos de alta gama.

Es hora de afrontar prejuicios, sobretodo culinario.


Nos referimos a esos animales que muchos nutricionistas prevén que se convertirán en la comida de futuro: los insectos. Un kilo suele costar 60 céntimos y, aunque nos de mucho reparo, son nutritivos, crujientes y sabrosos. Es hora de zarandear nuestras papilas.

El viejo nombre Saigón (ciudad de Ho Chi Minh).


Los vietnamitas sólo se refieren a la ciudad con el nombre actual de Ho Chi Minh City, en honor al líder de la revolución comunista. Fueron los franceses los que pusieron el nombre de Saigón en 1862, y también a la zona que rodea la metrópolis: la no tan lejana Conchinchina.

El ingenio bélico no tiene límites.


Y es que derrotar a una superpotencia como Estados Unidos tiene bastante mérito. La Guerra de Estados Unidos (que es como se conoce aquí a “La Guerra de Vietnam”) activó la creatividad de los soldados vietnamitas. Los diminutos túneles de Cu Chi, a una hora de Ho Chi Min City, recorren más de 200 km de escondite subterráneo e incluyen diversas trampas mortales.

El Mekong es metafísico.

Las abruptas montañas de Laos hacen muy difícil cruzar la frontera entre este país y Tailandia, por lo que muchos turistas prefieren pasar un par de días sobre un barco de madera –durmiendo, eso sí, en tierra firme- hasta llegar a su destino. Viajar sobre el río Mekong es algo inolvidable: sin cambios, sin movimientos, sin velocidad. El lugar ideal para platearnos qué queremos hacer en la vida.

Y cruzar la calle todavía más.


Decía un chico vietnamita sobre Hanói, la ciudad con más motoristas del mundo: “cruzar la calle es una metáfora de la vida. Tienes que dar un primer paso, mantenerte firme en la decisión y seguir avanzando. No puedes retroceder, ni pararte en seco, porque te atropellarán. Tampoco puedes esperar a que los motoristas paren por ti. Tienes que mirar al frente, y avanzar”.

Nadie en su sano juicio puede defender el tráfico de capitales como Hanoi, Saigon y Phnom Penh. El calor acostumbra a ser asfixiante, las motos no siguen ningún tipo de indicación y no hay ni orden ni sentido en la ciudad. Estresante, sí. Pero cuando volvemos a nuestra calma circulatoria no podemos evitar echar un poco de menos ese simpático caos.

El trabajo es lo primero.


Y es que la mayoría de gente trabaja todo el día, desde la mañana hasta altas horas de la noche. Es por eso que siempre, siempre hay gente en la calle, vendiendo, comprando o intercambiando productos y servicios.

Angkor no se puede ver en un día.


Ni posiblemente en una vida. El imprescindible conjunto de templos del siglo IX se expande sobre 400 kilómetros cuadrados de jungla camboyana. Casi nada. El símbolo por excelencia es la ‘Ciudad del Templo’ o Angkor Wat, pero éste es sólo el inicio de la aventura.